jueves, septiembre 28, 2006

el silencio y la ranchera

Leía sobre la doble desaparición de un hombre que resultó el testigo fundamental de un juicio en el que por fin se condenó a un prominente asesino de la dictadura argentina, cuando me encontré con la viñeta de El Roto en la prensa española. Y la teoría acerca de que el testigo en cuestión pudo haber extraviado su propia identidad en el momento en que debió recordarse martirizado por los miserables se ligó con el hombre de la viñeta que confiesa: "Tuve miedo y me escondí tan bien que ya nunca he vuelto a encontrarme".
"...nunca he vuelto a encontrarMe" siguió rebotando en mi silencio interior hasta que la idea tomó cuerpo en otra asociación: hace un tiempo, él me recomendó quererMe, mientras él mismo dejaba de hacerlo (eso, de quererMe).
Y sucedió que a este silencio --uno de esos silencios que tapan diálogos de multitudes contradictorias dentro-- lo interrumpió una música anticuada y espeluznante con cantor de timbre conocido. Iba en el coche de una chica que se había ofrecido a llevarme a casa y no tuve más remedio que romper el silencio para preguntar:
__ ¿Quién es? ¿Luis Miguel? Pero... ¿un disco viejo?
__ No --respondió mi compañera de viaje. Es un CD del año pasado. Son rancheras, un homenaje a México.... ¿No te gusta Luis Miguel? ¿No te gustan las rancheras?
__ Ejemm... no. Pero...
No tenía ganas de explicar absolutamente nada, aunque tampoco quería ser descortés. Prefería mi silencio de muchedumbres a las conversaciones sobre rancheras e intérpretes mundanos, pero terminé tomando el camino de la negociación amable:
__ ... si tengo que elegir un romántico, prefiero a Sanz.
__ Ah, no, a mí no me gusta. No me gusta nadie.
__ ¿Nadie? O sea... ¿la única música que te gusta en el mundo es Luis Miguel? ¿Luis Miguel es el único del universo?
__ Sí... bueno, en realidad, sólo escucho canciones en la radio.... Yo, gastar dinero en CDs...jamás. Éste, porque me lo regalaron.
Y entonces el silencio sí estuvo vacío, mis multitudes interiores enmudecieron, sordas frente a la orquesta del silencio hostil.
Atónita, sin poder creer lo de la vida entera sin música (o mejor dicho, lo de un oido dedicado en exclusiva a Luis Miguel), me decanté por la vereda del solcito para continuar mi camino a pie. Por fin, sin rancheras ni homenajes canoros.


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