
Pero, ¿quién sabe? a lo mejor era yo la de las ideas fúnebres... Pienso esto en el momento en que me entristece una muerte triste, de vejez vieja y miserable, de soledad: conocí a un hombre que al final de sus días sólo tenía a su mujer, su amor adulto y pleno después de los hijos de ella y la soltería de él. En los últimos años de vida, él sólo se dedicó a cuidar a su mujer demente de senilidad. Y ella sólo lo quería a él, sólo a él lo necesitaba en su residencia de ancianos, cada jueves. Sólo a él lo llamaba por su nombre. Ni a sus nietos, ni a sus hijos, sólo quería que él la tomara la mano, un ratito, y la acariciara. Un día él murió solo, sólo él y el PAMI, en un hospital pobre, y nadie lo reclamó. ¿Quién podría saber, en ese hospital y, luego, en la morgue, que una mujer espera cada jueves con ansias adolescentes a ese hombre del cual sólo queda este despojo de carne?. Cuando pase un jueves y otro jueves y otro jueves sin él, ella se preguntará (hasta el día de su muerte se preguntará entre tinieblas seniles) por qué la ha abandonado. Y a pesar de tanto amor, tanta imposibilidad: ella ya no puede hacerle nunca una cruz de palo de gallinero.
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