Suele molestarme la respiración fuerte... a veces parte sólo de un hecho fisiológico y entonces no me irrita; en cambio, hay quien exhala aire denso, ruidoso, como si reprimiera palabras de verdad potentes, hay quien con ese absurdo gesto ventoso deja de decirte algo que desea decirte, y eso sí me exaspera.
Suelen molestarme los pellizcos confianzudos, el vapor humano sin permiso, los besos pegajosos, ciertas pieles, ciertos timbres y las palmaditas complacientes. Y, sin embargo, hay alientos que acarician, aunque vengan de un recién aparecido, pieles que agradezco y olores inesperados que me hacen sonreír y volver la mirada.
Pese a este catálogo de neuróticas reservas, el teatro me seduce, entre otras cosas, precisamente por el olor del actor, la saliva del actor, el sudor del actor y porque puedo oirle las tripas quejarse de languidez y escuchar las resonancias interiores de su voz contra su pecho, contra su estómago, contra su paladar, contra sus dientes. Y porque yo dejo casi de respirar y me concentro en ser silencio.
En esto pensaba, hace unos días, cuando invité a una amiga al teatro, y me dijo que prefería que fuéramos al cine, que el actor en vivo la pone de los nervios: que siente lástima por él si hay poca gente, que se siente incómoda por casi tener que evitar la respiración para no hacer ruido, en fin que prefiere la comodidad que supone el que un director o un actor no se enteren de su reacción en la sala.
Se me ocurrió, entonces, contarle algo que seguramente refrendará su opción para siempre: hace algunos meses, en medio de una puesta de Shakespeare a la que asistí en una sala de Madrid, un gran actor catalán se salió del personaje para regañar a un estruendoso grupo de señoras que bromeaba en la platea. Todavía preso de la ira, pero de nuevo en la piel del Rey Lear, y en calzoncillos (por exigencias del libreto), el actor las insultó con todas sus fuerzas: "¡Zorras!".
"¿Ves? -espeta mi amiga-... yo no sé cómo es que eso no sucede más seguido. Yo no quiero correr el riesgo de que un actor se salga del papel para reñir al público en mi presencia. Mejor... voy al cine".
2 comentarios:
Y en calzoncillos, ma per qué?
al parecer, el personaje, querido Anonymus, tenía que desnudarse, pero por los codazos y cuchicheos nerviosos de las señoras del patio de butacas, se quedó en calzonsaish para hablarles de las conductas que son esperables durante la función,
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