jueves, abril 05, 2007

expresionismos en segunda del singular


Madrid se ha despertado tango, con cello y bandoneón. Sin más sombra que la tuya, sin más pasos (ni necesidad), hoy silbas una milonga sureña en los Austrias. Y en la plaza de las Descalzas topas con Francis Bacon. Frente a sus desfigurados con agujeros abismales en sus rostros, se revela tu obsesión. Martirio o vulgaridad. Piensas que si tuvieras que trazar una silueta de tu vida, seguro que sería expresionista. Porque creciste cerca de los chicos que en los '70 se manifestaban en acrílicos de gesto contundente, y sensualidad que has comprendido varios años después. No a los 13, ni a los 15, ni a los 17, cuando mirabas y apenas adivinabas, a tientas, con Invisible o La Máquina de Hacer Pájaros en tu oreja. Ahora, que asocias sus pinceladas a las de Bacon, ahora que admiras la luz de Balthus, los contornos de Otto Dix, los claroscuros de Lucien Freud, ahora que los ves en las curvas de las mujeres de Schiele, imaginas que ellos devoraban noticias sobre Oskar Kokoschka, sobre Gustav Klimt, y Egon Schiele. Malditos austríacos torturados y geniales.
En San Vicente, había preocupaciones de color (¿se habrá discutido sobre "la influencia recíproca de los semejantes", el desvelo de Picasso?), mientras Mingui tocaba el piano vertical de tu abuela, junto al caballete de Gustavo, frente al cuadro de tu bisabuelo Amedeo, en marco oval. Córdoba ya no podía inquietarse en las bienales Kaiser... los '80 te pisaban los talones, y sin reservas de inocencia, empezabas a mirarte en el espejo de tus hermanos mayores... Páez, Suárez, Arévalo, Fraticelli (grazie).
(Admiración retrospectiva, superlativa, frente a Sosa Luna, Cuquejo y nuestro Bacon, el maestro Alonso).
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Egon Schiele, en un autorretrato de 1912.

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