Ayer, cuando faltaban pocas horas para la temida Nochebuena, alguien sugirió ilustrar otro rejunte de expatriados con la poesía del Abasto de Luca Prodan: "Y yo me alejo más del suelo (y yo me alejo más del cielo, también)".
No, finalmente no puse el disco anoche, pero estoy escuchándolo ahora, cuando todas las voces del bullicio navideño, las internas y las externas, han desaparecido... "Los bares tristes vacíos, ya...", canta Prodan. Sucede cada 25 de diciembre, estés donde estés, en tu país o a diez mil kilómetros; pasa que se acaban las discusiones de los matrimonios apurados en el supermercado y se acalla todo el ruido de tu cabeza, todos los consejos desconcertantes, todos los diálogos tensos de las voces interiores (puajjj, qué feo tener que escribir "voces interiores"... pero, ¿cómo deberían llamarse, entonces?).
Afuera está todo quieto, en invierno o en verano, con Andrómeda y la Estrella Polar en tu norte, o con las cañitas voladoras inmóviles, congeladas en línea recta hacia Las Tres Marías.
En tu casa, en tu cabeza, el vacío es de pegotes, copas rotas y olores ácidos, ¿restos de qué?. Los niños ausentes, abstraidos con sus juguetes nuevos, no piden nada.
"Yo estoy al derecho, dado vuelta estás vos", me gritan los Sumo.
1 comentario:
y siempre nos quedamos solos
y voy a salir a buscar
voy a salir a pegar
vueltas y vueltas y vueltas y vueltas en el aire
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