viernes, diciembre 22, 2006

estocolmo, la piedra en el zapato



Casi que la literatura es incompatible con el amor, concluimos, y nos reímos a carcajadas. Hablábamos de la práctica, no del sentimiento, claro.
A ella su chico le ocupa todo el tiempo libre, eso dice. Entonces, nuestra escritura compartida ha ido quedando aparcada. Y, sin embargo, cada vez que nos vemos surge algo que nos estimula a las dos, a las dos por igual, y nos largamos de nuevo por la cuesta más abrupta... del decir, hasta chocarnos con la puta vie.
Anoche, ella estaba guapa como casi siempre, pero más guapa que casi siempre, y me agradeció a Clarice. Del "gusto de ser" (un concepto benévolo de la Lispector para mencionar el narcisismo) y de la exquisita osadía de "El libro de los placeres" pasamos a la herida pulsante del mismo libro en la repisa. Y ahí, fue justo allí, que me detuve en el Síndrome de Estocolmo.
Mientras rodaba ladera abajo raspándome con todas las piedras, advertí que el enamorarse no se parece a nada.
Estocolmo más acá o más allá, digo, enamorarse no equivale a ninguna otra experiencia, porque no hay otra tan necesaria para soportar la calamidad de ser mortal y seguir adelante.



Placeres de mortal. En el agua se refleja el naranjo. Y del naranjo, una naranja. La fuente, de piedra, en Barcelona.

1 comentario:

Anónimo dijo...

oh, oh, oh, guapa madrileña, lo del post borrado es un pecado! use el control G de vez en cuando, jaja, control G de grabar, claro... espero su ejercicio del libro en la repisa, con ansias,
gracias,
abrazo