
_Tus palabras me recordaron aquellas viejas fórmulas de cortesía que se usaban en las cartas: “Espero que, al recibir la presente, te encuentres bien...” y no pude dejar de llorar, ¿eso es todo lo que ha quedado de mí en ti? _preguntó ella sin preguntar, con tajos de resignación en su voz.
Los asistentes a la espontánea y casi pública confesión no podíamos saber lo que él respondía, pero lo imaginábamos a partir de la réplica.
_Sí, es cierto. Soy una pesada. No debería molestarte con banalidades.... Pero... es que... sep.....nop.... Está bien... que te lo pases genial, chico _ironizó, tratando de que sus visibles lágrimas no se tradujeran en sonidos, ni silencios, ni tos, ni amor.
Mientras subía al autobús pensé en mi amiga guionista, que es una coleccionista de diálogos para sus escenas. Imaginé el ritmo que ella busca para que la narración sea ágil y lo sugerentes que resultan estos diálogos fugaces, abiertos a mil desenlaces. Y allí, justo allí, apareció la más tediosa existencia, sin editar, sin plazos de entrega, avid ni moviolas:
“La vida es un plano secuencia hasta el final”,
¿lo dijo Godard?
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