en mi cielo, clarice y su libertad. ella escribe. una mujer que nació en la vieja europa, al este del este, y vivió en copacabana. amado brasil amado, el suyo. ajenidad y pertenencia. la suya, la nuestra. excesiva. sedienta, como lori, su personaje. mirada extraña. la condición de la mirada.
sábado, marzo 24, 2007
24 de marzo, estés donde estés
Sientes la delación en la nuca. Nuca de mármol. Se te corta el aliento, en el cine. La tortura te corta la respiración. En la pantalla, un perverso consigue quebrar a un detenido. Hablan en alemán. La peli ganó un Oscar de los destinados a las que transcurren en idiomas "extranjeros". Los verdugos son de la Stasi, la policía secreta de la ex República Democrática Alemana. Pero "el vestido se engancha en los abrojos" (la frase de W.G. Sebald se te viene a la cabeza): el vestido, tu vestido ahora te ahorca. Adviertes la asfixia e inspiras un poco más al fondo, como el otro día en las Cartas desde Iwo Jima, como cada vez que algo se te atasca en tu propia garganta histórica. Empiezas a pasear mentalmente por Berlín, gris este en los '80 y en la pantalla (otro, lleno de luz y de muchos verdes, en tus recuerdos), deletreas susurrando el alemán duro de los 'ossies', y el vestido se zafa y te deja ahora desnuda frente a una trama bastante poco verosímil. Sales del cine, caminas sola por la avenida del ventarrón, entras a un turco, esquivas al penúltimo borracho balbuceando un "guapa" del montón, sales con la bolsita blanca del döner kebab de 3.90 euros, y te llaman por teléfono. El vestido se te vuelve a encajar en la espina de un rosal, y eso que las aceras de Madrid tienen mucho menos verde que las de Berlín. Zafas, te zafas, sigues avenida abajo y se te ocurre parar un taxi, para que no se enfríe el kebab, aislado apenas por esa bolsita, la más cutre del mercado. El tipo viene como a 120 en plena ciudad, da un frenazo de película, crees ver que el coche derrapa y eso ya podría hacerte intuir que algo va torcido. Pero, no, te subes y ves con horror que el conductor tiene hocico de dragón, verrugas de reptil y que huele a pantano radiactivo (hay algo galvánico en el ambiente, la radio se escucha latosa, también)... el habitáculo del coche parece alguna escenografía mexicana de González Iñárritu o el piso madrileño de Torrente... los asientos cubiertos por una tela inmunda, grisácea (alguna vez fue estampada, de rayas), la grasa se huele y el tipo te da pavor. Tienes miedo de que acelere y, sin mirarlas, estás segura de que las puertas no tienen manijas, ni palancas, ni nada que te permita abrirlas. No es un falcon, pero crees adivinar esa transformación. Ruegas que no acelere, ruegas que gire en tu calle, no quieres apoyar nada en el asiento, no sabes cómo permanecer suspendida para no tocar la mugre del más allá. Te preguntas por qué no seguiste a pie, a pesar de los borrachos, a pesar del viento. No sabes por qué, pero tienes la boca seca, pastosa, ni siquiera consigues... Hoy es 24 de marzo, estés donde estés.
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