"Soy el escultor con el que soñaste anoche", le dijo el tipo en el andén. Ella había estado todo el día bajo la influencia de esas caricias ásperas de callos. Había visto claramente el cincel y la piedra, y lo vio a él, pero no lo reconoció, no supo descifrarlo. No era nadie y, sin embargo, le dio tanta ternura. Deseó conocerlo pero no quiso creerle al tipo del andén. En cambio, confió en volver a encontrar al escultor. Esa noche, cerró los ojos y sonrió. Allí la esperaba una cara conocida y otra caricia mutilada. Ningún escultor y la maldita oscuridad que especula con la decepción de los días. Demasiados sueños para tanta incompleta noche en vela.
Abrió los ojos. Por fin, la vigilia.
Abrió los ojos. Por fin, la vigilia.
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