viernes, julio 07, 2006

profecía en el subte


Bajaba del avión que venía de Buenos Aires y yo había ido a buscarlo al aeropuerto de Madrid. Traía consigo música que me transportó a ese lugar que hoy es otro lugar. Entonces apareció nítidamente un sueño, el sueño que soñé cuando terminaba 2001, durante la noche que siguió a los saqueos y a aquella agitación en Plaza de Mayo, cuando se supo del fin abrupto de otro presidente, entonces fue el del indescriptible "doctor De la Rúa". Soñé con aquella escandalosa, trágica, manera de pasar la página de un tiempo amable, un tiempo de canciones que todavía nos hacen sonreír.
Soñé, durante la noche del 21 al 22 de diciembre del último año que pasé en la Argentina: Estoy en Buenos Aires, de paso, vengo de Córdoba, claro, la ciudad en la que vivo. Voy hacia la enorme 9 de Julio, veo el Obelisco, hay gente limpiándolo frenéticamente, reconstruyen lo que se puede, pero todas las veredas están tabicadas, no dan paso a la calle. No es la gran obra, es la gran demolición. Quiero cruzar una calle, me cuesta porque tengo que adelantar a gentes disfrazadas cargando armatostes, apuro el paso, me pisan los talones. A mi alrededor, todo es el día después.
Y en medio del paisaje en deconstrucción, siento de repente un cierto placer mundano, porque alguien ha elegido para mí un vestido que me queda al cuerpo. Hacía mucho que no me ponía algo tan sensual, y apenas tengo 39. El dogma de la austeridad pesa entre las ruinas.

Aquella noche, exactamente seis meses antes de mi definitiva partida, antes de las penúltimas pedradas, soñaba con una sensación de alivio anywhere.
¿Hay derecho todavía, con la miseria, todavía, a la vulgar alegría cotidiana?, me pregunté, a la mañana siguiente.
Hoy he escrito las primeras palabras de una respuesta posible.

1 comentario:

Rossana Vanadía dijo...

Hay derecho a la alegría cotidiana una y otra vez. Yo confío en eso. Somos capaces de reinventarnos, de cambiar de sitio, música y piel (como dice FP)