sábado, julio 29, 2006

england, soy un cadáver exquisito



Sábado al mediodía en Londra. Gris pero bochorno. Calor húmedo junto al Támesis. Cruzo el Waterloo Bridge internándome en senderos subterráneos que se bifurcan (no huelen, sin embargo, al perfume que uno imagina para aquel jardín de Borges).
Infaltable, inmóvil, silencioso mendigo de primer mundo con cartel, entre el meaderal. Ando y desando pasadizos para decidir un rumbo. Cuando finalmente opto por el camino junto al río, londra se pone a llover. El aire sigue caliente, pero las gotas pesan. Compro un paraguas al paso, bajo otro puente, por 5 libras. ¿Cinco libras? Los psicodélicos vendían Inglaterra por una libra y ahora los paraguas oportunos cuestan cinco libras.
La Tate Modern Gallery espera al fondo de las gotas que ya calan mis pies. Recuerdo una escena bastante reciente del viejo Woody, con los personajes encontrándose fugazmente en las escaleras de la ex térmica londinense que hoy depara algo de arte de nuestra época a los ojos ávidos y a los turistas ruidosos.
Hubieras querido acompañarme.
Entonces, hubiésemos dado juntos con el "Exquisite Corpse" (1930) de los surrealistas. André Breton, Nusch Eluard, Valentine Hugo y Paul Eluard jugaron el juego que a mí también me gusta: dibujaron entre todos, cada uno a su turno, sin conocer los trazos del anterior, una delirante e irreproducible figura humana y escribieron una frase colectiva: "El cadáver exquisito se tomará el vino joven".

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