lunes, junio 05, 2006

el beso

Caminar ya no era caminar. Erguida, con los pezones como carozos bajo su blusa y la mueca de una cierta gloria, sentía que las miradas se le incrustaban... sabía que eso sucedía desde la noche en que él la atravesó con vida y amor. La llenó de amor y de vida, eso se le notaba a ella. En el cuerpo, en los olores, en las turgencias, en las miradas.
Esa noche, ella lo había descubierto en la oscuridad, lo recortó entre las sombras de árboles del otoño, a contraluz, los pies humedeciéndose en el rocío que la hierba absorbía, la piel ligeramente erizada, fresco de noche, ajenidad. Lo perdió de vista. Ella estaba de paso, sólo unas horas, nada por aquí.
Lo volvió a ver dentro, bajo las luces impiadosas del adentro. Se presentó, atrevida. Él respondió, atrevido: “Claro que te conozco”.
Ella: “Oh, ¿y cómo es que no me lo hiciste saber?”.
Él: "Hay besos que esperan veinte años"-quiso citar una canción, pero cambió la letra, involuntariamente cambió la letra, y se alejó.
Ella lo miró, volvió a acercarse, pura timidez. Él disfrutaba, pero no pensaba contárselo: Sólo quería entretenerse en una noche que seguía a un volcán de resentimientos.

Ella: “¿Y... qué hacemos?”
Nada se dice al unísono.

De nuevo noche, humedad, fuera. Ella y él. Se acercan casi sin querer: “Me voy”.
Él: “¿Te vas?”.
―Sí,
pero casi con el conveniente “adiós” se topa la inevitable boca, mojada.

La sequedad se acaba en un instante, delicioso instante. No hay retorno. De la muerte se vuelve en un segundo, con su lengua rodeándola, toda, estremeciéndola, estremeciéndose.
―¿Venís?
―¿Adónde?
―Al lugar que sea.

La inhiben los deberes, las circunstancias. Él desata todos sus rosarios; suave y salvajemente corta el hilo y se desparraman las cuentas. Ella arde. Él va despacio, pero no deja nada en su lugar. Pide permiso para indagar. Muestra sus yemas indefensas en el abismo del escote. Ella suplica.
Ahora ella está iridiscente en un baño público, lo recuerda entre sus piernas. Siente el deseo recorriéndole las tripas, un latigazo, víscera a víscera. El placer y el dolor. Aspira hondo, un poco de aire fuera, se muerde la boca, el cuerpo en desesperada laxitud, se muerde la boca, los pulmones sin aire. Se apoya sobre el azulejo...
Cómo brilla este rizo en la oscuridad. En la habitación de paso, ella besa su pelo. ¿Había sábanas en la habitación de paso?. La luminiscencia de la Lispector sobre la almohada.

―Sólo la luz de esa noche cambiaría.

Uno de los dos preferiría rebobinar para embellecer la pasión. El otro sólo pide tiempo:

―Yo volvería la cuenta atrás para aprovechar la noche desde el principio... dejarnos de reticencias y tomar lo nuestro a buenos sorbos, abundantes. Lo recibimos con timidez, es cierto, pero era para nosotros, para nadie más, y debíamos aceptarlo, quizá pronto, bien pronto, si considerábamos la brevedad que el mundo nos regalaba.

Se lo dicen poco a poco. Cada día se cuentan un mordisco. También los sentires comparten suave y salvajemente.
se lo dirán poco a poco. cada día, otro mordisco. mañana, una cicatriz. y a la mañana siguiente, de nuevo el amor sin sábanas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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