sábado, julio 12, 2008

tribute

Conocí a Juan José Saer hace como diez años, una noche, en la Ciudad Universitaria, en Córdoba; yo iba de periodista invitada a una cena cultural. No había leído nada suyo, pero me pareció un tipo más que interesante, humano. Él vivió en París sus últimos treinta y muchos años de vida y obra, y murió en Paris, pero siempre fue muy santafesino. Aquella noche, me prometí leerlo y empecé pronto con Nadie nada nunca, que no me conmovió. Sin embargo, El entenado me está emocionando de un modo que no esperaba. Leo en la primera página: "La orfandad me empujó a los puertos" y tengo ganas de volver a cenar con Saer y hablar de la orfandad y de los puertos. Y de la memoria de aquel lugar con "abundancia de cielo" que, sin embargo, nos dejó medio apaleados a los dos.
Los dos de este lado del océano, imaginando ese "azul dilatado" del cielo sobre la pampa.
Pensaba, entonces, en la cantidad de estrellas "casi chisporroteantes" de un cielo "acribillado", en la inmensidad y la noche llana, y me asaltó de nuevo la orfandad: la imagen nítida de las luces de un campo de concentración al pie de las sierras, la noche y la maldita "Perla". Agradecí a este cielo español el que exista Mercedes -la antropóloga que con su dulzura me ha hecho sentir menos huérfana-, y volví a este texto escrito unas semanas atrás:
Una gota de memoria en papel secante. Hace unos días, en la Feria del Libro de Madrid, firmaba libros el juez Baltasar Garzón. Me acerqué instintivamente y esperé a que se quedara unos segundos solo para decirle “gracias” por haber estado en La Perla, por contribuir a dar a conocer lo que sucedió en esos lugares endemoniados, perversos, tan “familiares” para los cordobeses y tan desconocidos para el resto del mundo. Me dio la mano y creo que él también agradeció que yo me hubiera acercado a comentarle que ahí tuve a gente querida. Sufrí desde la ruta 20, de lejos. Pero él entró. La verdad, no sé si mi tío, mi querido tío Quique, mi hermano mayor, estuvo o no en La Perla. Quizá estuvo en otro campo de concentración, quizá en el Campo de la Rivera, quizá en el fondo del dique San Roque. Desde que lo secuestraron, en Colón y La Cañada, en mayo del 76, no supimos nada, nunca, nada. Cuando desapareció, él tenía 25 y yo, 13; los dos estudiamos Ciencias de la Información; yo soy periodista, él no llegó a serlo. Hoy, con 45, he ido a pincharme el dedo a la Embajada Argentina en Madrid, a dejar mis gotas de sangre en papel secante para que el Equipo de Antropología Forense indague en mi ADN y en los de los huesos de los 600 cadáveres que ya han encontrado malenterrados y que aún no tienen nombre ni deudos, o en los miles de cuerpos de desaparecidos que estos pacientes científicos esperan todavía encontrar en las fosas comunes de la dictadura. Sepulturas clandestinas de los cuerpos de esas miles de almas unidas por un hilo de esperanza (o mejor dicho, de afán de memoria y justicia) a los que dejamos nuestra gota de sangre formando figuras abstractas sobre un papel con un número, una huella digital y un teléfono. Estemos donde estemos, habrá memoria (texto publicado originalmente en el diario La Voz del Interior, Argentina, edición 18/06/08).


...
En la foto, Quique, mi hermano y yo (circa 1974), en una cochera de barrio Matienzo, presumiendo de Citroen prestado.


1 comentario:

belkys dijo...

el citroen me trajo recuerdos, despues me enganché con saer, yo leí el rio sin orillas y en todo momento lo sentí familiar, para cuando estaba pensando en esto ya estaba frente nuevamente a otro de esos recuerdos que me desgarran, recien entendí y recordé la sensación de orfandad.