martes, octubre 30, 2007

el sueño

"Soy el escultor con el que soñaste anoche", le dijo el tipo en el andén. Ella había estado todo el día bajo la influencia de esas caricias ásperas de callos. Había visto claramente el cincel y la piedra, y lo vio a él, pero no lo reconoció, no supo descifrarlo. No era nadie y, sin embargo, le dio tanta ternura. Deseó conocerlo pero no quiso creerle al tipo del andén. En cambio, confió en volver a encontrar al escultor. Esa noche, cerró los ojos y sonrió. Allí la esperaba una cara conocida y otra caricia mutilada. Ningún escultor y la maldita oscuridad que especula con la decepción de los días. Demasiados sueños para tanta incompleta noche en vela.

Abrió los ojos. Por fin, la vigilia.

lunes, octubre 22, 2007

narciso


El miércoles, Juan Marsé menciona el narcisismo de los héroes y, el sábado, me encuentro charlando con Pablo sobre el narcisismo de la víctima. Pablo pone ejemplos y expone, casi me convence de una hipótesis sobre el narciso de los desdichados que él sostiene desde hace años. Llega otra amiga, plena de experiencia, y agrega: "pues, claro, ésa es la teoría de la connivencia de la víctima con el victimario".
Domingo. Frente a la pantalla fija en la final de tenis entre David Nalbandián y Roger Federer, recibo un sms de Pablo: "Leé la nota de vargas llosa en el diario de hoy. aguante, córdoba!". El aliento del porteño se conjuga con la provocación del titular de un diario deportivo español: "David contra Goliat".
Daviz (en su voz madrileña) ya es campeón, abro el diario, y leo: "(...) solíamos discutir mucho, en París, en torno a las ideas de Sartre sobre la responsabilidad que los seres humanos tienen sobre sus destinos (....). Según él, todo destino se elige, por comisión u omisión, y por eso nadie tiene derecho a quejarse, a sentirse sólo víctima. Aun en las peores circunstancias, es posible elegir (...). Para ciertas personas, infrecuentes, es verdad, las elecciones se reducen a lo mínimo y aun se evaporan, ya que sus valores, creencias o pulsiones profundas eliminan de sus vidas multitud de opciones que, a otros, les abren las oportunidades, el reconocimiento o el éxito".
A mí no me gusta Vargas Llosa, pero tengo un amigo en quien confluyen -muy hondo y quizá a su pesar- Vargas Llosa y las pulsiones profundas que eliminan de su vida multidud de opciones.

martes, octubre 16, 2007

el poder y la locura

Yo tengo una bolsa de arpillera que tiene estampadas unas manos con granos de café y la leyenda "Nicaragua Libre". La llevo a todos lados, me mudo y la cargo. La compré en Alemania, en el '81, cuando la revolución sandinista recién dejaba de ser utopía. Bah, en el '79 dejó de ser utopía, pero un par de años después, en Europa, todavía se celebraba la entrada triunfal a Managua, en catramina. También en Argentina seguimos de fiesta sandinista varios años después: yo fui de orgulloso rojo y negro a votar en las elecciones de octubre del '83, las primeras tras la dictadura, al Ipem de Deán Funes, en Córdoba.
Esto no es pura nostalgia. Sí, ya sé que eso parece, pero es que hace un par de días estuve con Sergio Ramírez, el escritor, aquel vicepresidente del primer gobierno sandinista. Estaba aquí, en Madrid, hablando de literatura, y soltó algo que me resultó tan desmitificador de dogmas y revoluciones y, a la vez, tan poético, que me obligó a recordar los tiempos del "No pasarán" en rojo y negro nicaragua. Y a decírselo...
Expuso Ramírez algo que sabemos todos, que la literatura no cambia de temas, no innova, que desde el principio de los tiempos todo se resume en amor, locura y muerte, a lo que él agregaba, dijo, el poder. Aunque, matizó, el poder es una forma de locura.
Sonreí y pregunté: "¿Perdón? ¿Que el poder es un subproducto de la locura? ¿Eso me dice un viejo soldado sandinista?". Ramírez explicó que él entiende el poder desde la poesía, que el poder es un organismo vivo, que nace, crece y se deteriora (anche muere). Que cuando los ideales se convierten en leyes.... hummmmmmm. Y que el mejor día del poder es el primero.
Como en el amor, el mejor día es el primero.


miércoles, octubre 10, 2007

para los atosigados de salud ajena

Salgo del médico y pienso en Roberto Bolaño. Decía el chileno, un tiempo antes de morirse, que había que tener mucho cuidado con "la pornografía de la enfermedad". Él definía esa suerte de estigma que conduce a la huida de las miserias del propio cuerpo como "la avaricia de la salud". Hablaba de los que amarrocan salud, "de aquellos que construyen su cuerpo como si fuera la Capilla Sixtina". Arremetía Bolaño: "me parece vomitivo, porque el destino de todo cuerpo es envejecer y luego desaparecer". Y culminaba, brillante: "Uno debería vanagloriarse de un gusto exquisito, jamás de una salud exquisita".
Sí, eso pienso mientras vuelvo del médico, con los informes de los estudios que sintetizan la ausencia de patología en "criterios morfológicos de benignidad" o en que no hay "evidencias de zonas con alteraciones de la transmisión sónica".
La salud (o la confirmación externa y tecnológica de la salud) da tranquilidad y una tonta alegría. Uno se recompensa con un regalo post-ecográfico y, por un rato, hasta parece que con ese absurdo papel la vida comienza del kilómetro cero otra vez. Pero allí están las miserias del propio cuerpo. Allí estarán, seguramente. Como las miserias del alma. Como todas las miserias (que se atribuyen a otros). Como las experiencias. Como la vida.