domingo, mayo 20, 2007

lynch y la dern en la estación

Dos mujeres arrastran dos maletas, multiplicás dos orgasmos por uno, bebés dos copas de un buen vino de Toro al cuadrado, rojo y denso, dormís lo suficiente como para que algún sueño inquietante y pringoso se te cuele todo el santo día. Sobre esa moqueta onírica (grisácea, rala, de las que hacen chispas de tanto nylon), un David Lynch de dos horas y pico se te adhiere como chicle recién escupido. Entonces ves este domingo con la textura digital de Inland Empire y todas las mujeres se parecen a las putas estrábicas que sacan tripas a destornilladorazos en el Hollywood Boulevard. Y en los fósiles de chicles viejos del andén de Tirso de Molina ves los coágulos de sangre que Lynch y la Dern han dejado sobre las estrellas del Hollywood Boulevard.
Ahora te has pegado a la pared de la estación, has sacado otro libro, otro imaginario, y viene alguien, y te habla casi al oído, alcanzás a ver que es una mujer inmensa, negra, no acaba de decir una palabra precisa, apenas un susurro, pero a vos, te lo dice a vos, y pegás un salto. No sabés si trae el destornillador en la mano, sólo te salen interjecciones: "¿Ah? ¿qqqqqquuuuu?". Con cara de pavor, te alejás, y ella señala algo detrás tuyo, señala el plano del metro, quiere ver el plano del metro sobre el que estabas apoyada mientras intentabas eludir los charcos de sangre.

martes, mayo 15, 2007

un cono de sol, picasso, salinger y las pestañas exageradas

"algunos tipos se la pasan días enteros buscando alguna cosa que se les perdió. Yo, según parece, nunca tengo nada que me preocupe demasiado perder"

me vi en el rostro fragmentado de dora maar. a decir verdad, me vi en tu espejo, en tus puntos de vista, en cómo ves mis ojos con pestañas que me salen de las pupilas. me vi en tus fragmentaciones, en mis suturas histriónicas, en tus perspectivas, la exuberancia y tu escasez, en los amarillos que elegiste para pintarme, y los rojos y los azules, los verdes desbordantes, como las pestañas que arrancan de mis pupilas, verdes que se salen de la rayita del borde. me vi en el susto que te dan las pestañas que salen de adentro del ojo. así como veía picasso a dora.

releo una novela de adolescencia, sentada dentro del cono de sol que se me hace escaso, sin lágrimas que mojen las pestañas exageradas: "algunos tipos se la pasan días enteros buscando alguna cosa que se les perdió. Yo, según parece, nunca tengo nada que me preocupe demasiado perder". dice j.d. salinger. algunos tipos se la pasan días enteros buscando alguna cosa que se les perdió. Yo, según parece, nunca tengo nada que me preocupe demasiado perder. dice j. d. salinger. leo y repito, me vuelvo y leo las dos líneas de la página 114 de el cazador en el centeno, secas las pestañas que nacen en las pupilas.

domingo, mayo 13, 2007

la vida II

"Lo único que hace falta para morir es estar vivo". Así de lapidaria y brillante fue una mujer negra y pobre frente a las cámaras de la tele, cuando le preguntaron cómo consolaba a sus vecinos cuando se enteraban de que se habían infectado con el virus del Sida. No lo dijo Savater ni Vattimo ni Benedicto ni Bucay. Yo estaba haciendo el típico zapping de siesta dominguera, y caí en un documental de la Televisión Española sobre el estigma y el sinsalida de contraer el HIV en África. Y pensé en lo que escribí una semana atrás, sobre la condición de la muerte, es decir, la vida.

domingo, mayo 06, 2007

la vida


Ambos han olido muerte.
El funeral es de una irrealidad comprensible en estos casos: parece que no hay otra manera de participar de nuestras propias tragedias con naturalidad. No acertamos, asistimos a ellas, las olemos, olemos la carne podrida y vemos destellos de luz a través del hierro apretado de nuestras sienes.
Los que lo organizan, asisten a un entierro que luego recordarán como una película a la que le falta continuidad, a la que se le han quitado fotogramas, porque hay apariciones súbitas y desapariciones inexplicables, de cosas, de gentes, de vendedores de parcelas de cementerios, de traductores, de máquinas de escribir partidas de defunción, de amigos, de ataúdes, de ataúdes cerrados...
Pasan los años. El prado del cementerio deja de recordar resquicios de tierra sin hierba, la tierra se apisona y todo crece parejo, al mismo ritmo, incluso las flores.
Ambos dejan de ir al cementerio.