
He visto el Delta del Orinoco desde el avión en el que vuelvo al lugar en que vivo. He escuchado hablar del Orinoco, anoche. Él me ha contado del Orinoco y de las tribus normandas que bajaron por allí para colonizar las tierras donde ambos nacimos y alguna vez vivimos.
Anoche me ha hablado del Orinoco.
Esperando sus caricias y su húmeda suavidad, he retenido la musicalidad de "orinoco".
Y ahora, lejos, sin él y sin el Orinoco, respirando la espesura del avión --el aire pegajoso gana en densidad mientras el avión se lanza sobre el océano-- veo las nervaduras del río sobre la tierra y pienso en la palabra que se vuelve extraordinariamente familiar, húmedamente sensual.
5 comentarios:
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