"Hachazos", de Andrés Di Tella. En la imagen, el cineasta experimental Claudio Caldini. |
Por Analía Iglesias
El director argentino Andrés Di Tella cuenta los 70 desde los rincones menos visibles de la sociedad a orillas del Río de la Plata. Con la reseña de este filme continuamos la serie que iniciamos sobre el cine documental de autor y este repaso de una década doliente."Hachazos" es el último de los seis largos de Andrés Di Tella. Antes fueron: Montoneros, una historia (1995), Prohibido (1997), La televisión y yo (2003) Fotografías (2007) y El país del diablo (2008). Si algo caracteriza al cine de Di Tella es esa mirada despojada de dogmatismo. Di Tella se aproxima a los temas desde la libertad de la pregunta más íntima, esa que es, a la vez, la menos correcta social y políticamente; lo hace con elegancia (cada fotograma es arte y cada ruidito es música), prudente en el acercamiento pero siempre presente como narrador (sin ningún alarde actoral ni divismo), descubriendo cosas casi al mismo tiempo que las devela para el espectador.
En "Hachazos", también en las anteriores, hay una condensación de ciertos tramos de la Historia nacional y sus debates en la pequeña anécdota de la vida de un individuo. En este caso, el retratado es Claudio Caldini, un cineasta experimental de los 70, que vivió aquel Buenos Aires en efervescencia y a veces excluyente (esos tiempos de los que se cuenta, por ejemplo, que a Luis Alberto Spinetta lo quisieron echar de su organización política por fumar cannabis en las asambleas).
Caldini padeció la violencia más arbitraria, la del poder total, la que padecimos todos los que nacimos antes del 76 (y también sufrió el rigor de esas grandes pequeñas dificultades técnicas del revelado y la falta de película para su vieja cámara). Pero, además, sufrió una violencia más íntima: la de quedar marcado por no significarse políticamente, por no apostar por ningún pensamiento compacto y uniformador de los que había para elegir. Eran tiempos en que el implicarse o no traía aparejado el cargar con etiquetas facilistas y de ahí el culpabilizarse por los amigos muertos y, como siguiente paso, enloquecer en el Borda, en Oliva o en la India, sin haber saldado ninguna discusión pendiente.
La película, puro presente, va tras lo que quedó de las búsquedas de Caldini, indagando en el pulso de aquel cineasta hoy, al cabo de la travesía, y en una quinta del Gran Buenos Aires. En ese rastreo, Di Tella se bate con sus propios recuerdos (los de aquel "meritorio" de Caldini) y con su idea de la puesta. Y allí estamos, frente a frente con estos dos directores tironeando convicciones sobre la verdad y su permanencia en la ficción que es toda representación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario