"¿Se puede querer a alguien y no confiar en él?", se preguntaba Paul Auster frente a su amante-musa, en la piel del atribulado Martin Frost.
"No es necesario conocerse para quererse", le hacía decir Antonioni a Mónica Vitti (y la frase servía de consuelo a la chica frente al atolondrado Alain Delon de El eclipse).
Gozar. Obedecer. Amar.
No hace falta conocer para querer, no hacen falta spinettas ni lispectors para dejarse impregnar por el polvo de la piel satinada de un hombre niño en el desierto.
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