en mi cielo, clarice y su libertad. ella escribe. una mujer que nació en la vieja europa, al este del este, y vivió en copacabana. amado brasil amado, el suyo. ajenidad y pertenencia. la suya, la nuestra. excesiva. sedienta, como lori, su personaje. mirada extraña. la condición de la mirada.
domingo, septiembre 21, 2008
robert me ha vuelto invisible
en la vereda, frente a la puerta del supermercado de ésas que te detectan y se corren solas, frené en seco: la muy zángana no me dejó avanzar. no se abrió y me obligó a repasar mentalmente las cosas que podían haberme convertido en invisible o, mejor dicho, en indetectable a ojos sensores. pensé en productos químicos, comidas, radiaciones... "ayer me hicieron una panorámica en el dentista", pensé... "estuve mal del estómago pero no tomé nada", "¿será la mylanta o el almax?"... finalmente, y aunque por aquí dicen que no hay que retroceder nunca, ni para "coger carrerilla", retrocedí un par de pasos, y la muy caprichosa se corrió. entré al supermercado y todavía me quedaba una puerta por sortear; es la que permite acceder a la zona de compra. de nuevo, el capricho, o la invisibilidad. de nuevo, retrocedo hasta que, tímidamente, la maldita se mueve hacia adentro... entro esquivándola, rapidito, no sea cosa que se arrepienta. el resto transcurre como siempre y regreso a casa. enciendo el televisor y en el informativo reseñan algo del festival de cine de san sebastián. entonces, una y otra vez, el primer plano de robert downey jr... cambio de canal para seguirlo, veo todos los informativos sólo por el primer plano de robert. y cada vez me erizo, y cada vez me emociono. y ahí caigo en la cuenta: soy invisible. de verdad soy invisible. sin retorno.
sábado, septiembre 13, 2008
un argentino
Uno cree que todo el mundo irá al cine a repasar viejos hits de la mano de Benicio y Steven (Soderbergh) y resulta que da de bruces con una realidad inesperada, aquí fuera: hay gente que ni siquiera sabía que el Che era argentino hasta que leyó el título de la peli en los afiches promocionales. "¿Cómo, no era cubano?", "Pero... ¿y de qué va a tratar la segunda parte... no murió en la revolución cubana?".
"Sí, era argentino (casi cordobés, agregaremos siempre los cordobeses)".
"No, murió en Bolivia (y hasta parece que tenía la loca idea de entrar a la Argentina por el norte, de puro testarudo, en plena edad dorada de la burguesía nacional)".
Entonces, uno entiende por qué Benicio, el productor y actor puertorriqueño que no puede con las jotas argentinas (las aspira todas, qué le vamos a hacer) y Soderbergh -aquel niño prodigio, ya maestro cuarentón- tomaron por un camino que uno suponía tan transitado.
Yo soy fan de Soderbergh (además, siempre imaginé que era el tipo de mi edad con el que me cambiaría para haber hecho las cosas que él hizo, desde muy joven)... pero cuando me enteré que habían barajado darle la dirección de la peli a Terrence Malick, pensé: "qué lástima". Malick sí que es exquisito.
Lo de mi amigo-contemporáneo Steven S. es prolijo, como siempre. Ni un reproche frente a unos fotogramas que son arte y un modo de narrar complejo y aceitado a la vez. Tiene energía, buen gusto y sabe equilibrar la carga... aunque en este punto, el esfuerzo por dejar compensado el equipaje a uno y otro lado de la historia le deja las costuras al aire. Por primera vez le veo las costuras a Soderbergh y es una lástima.
Algo larga para los que vamos a repasar viejos hits y un tono desparejo (la caricatura de un Fidel casi bufón contrasta con la gravedad de otros personajes), Che, el argentino peca de distante. Es que Soderbergh y Del Toro eligieron contar la historia desde la solemnidad de aquellos escritos políticos de Ernesto adulto, en off. El gran acierto, lo más bello, lo más Soderbergh, es quizá el viaje del '64 del Che a Nueva York... el relato de la confrontación de ese argentinito (que casi había conseguido eliminar el complejo de extranjero) en la asamblea de la ONU, su altura. Allí se rinde la cámara, se apagan los titubeos ideológicos, los miedos al qué dirán.
"Sí, era argentino (casi cordobés, agregaremos siempre los cordobeses)".
"No, murió en Bolivia (y hasta parece que tenía la loca idea de entrar a la Argentina por el norte, de puro testarudo, en plena edad dorada de la burguesía nacional)".
Entonces, uno entiende por qué Benicio, el productor y actor puertorriqueño que no puede con las jotas argentinas (las aspira todas, qué le vamos a hacer) y Soderbergh -aquel niño prodigio, ya maestro cuarentón- tomaron por un camino que uno suponía tan transitado.
Yo soy fan de Soderbergh (además, siempre imaginé que era el tipo de mi edad con el que me cambiaría para haber hecho las cosas que él hizo, desde muy joven)... pero cuando me enteré que habían barajado darle la dirección de la peli a Terrence Malick, pensé: "qué lástima". Malick sí que es exquisito.
Lo de mi amigo-contemporáneo Steven S. es prolijo, como siempre. Ni un reproche frente a unos fotogramas que son arte y un modo de narrar complejo y aceitado a la vez. Tiene energía, buen gusto y sabe equilibrar la carga... aunque en este punto, el esfuerzo por dejar compensado el equipaje a uno y otro lado de la historia le deja las costuras al aire. Por primera vez le veo las costuras a Soderbergh y es una lástima.
Algo larga para los que vamos a repasar viejos hits y un tono desparejo (la caricatura de un Fidel casi bufón contrasta con la gravedad de otros personajes), Che, el argentino peca de distante. Es que Soderbergh y Del Toro eligieron contar la historia desde la solemnidad de aquellos escritos políticos de Ernesto adulto, en off. El gran acierto, lo más bello, lo más Soderbergh, es quizá el viaje del '64 del Che a Nueva York... el relato de la confrontación de ese argentinito (que casi había conseguido eliminar el complejo de extranjero) en la asamblea de la ONU, su altura. Allí se rinde la cámara, se apagan los titubeos ideológicos, los miedos al qué dirán.
jueves, septiembre 04, 2008
conocer, no conocer, querer, no saber, amar
"¿Se puede querer a alguien y no confiar en él?", se preguntaba Paul Auster frente a su amante-musa, en la piel del atribulado Martin Frost.
"No es necesario conocerse para quererse", le hacía decir Antonioni a Mónica Vitti (y la frase servía de consuelo a la chica frente al atolondrado Alain Delon de El eclipse).
Gozar. Obedecer. Amar.
No hace falta conocer para querer, no hacen falta spinettas ni lispectors para dejarse impregnar por el polvo de la piel satinada de un hombre niño en el desierto.
"No es necesario conocerse para quererse", le hacía decir Antonioni a Mónica Vitti (y la frase servía de consuelo a la chica frente al atolondrado Alain Delon de El eclipse).
Gozar. Obedecer. Amar.
No hace falta conocer para querer, no hacen falta spinettas ni lispectors para dejarse impregnar por el polvo de la piel satinada de un hombre niño en el desierto.
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