"Lo que tiene nuestro destino de nuestro y de distinto es lo que tiene de parecido con nuestro propio recuerdo". Con esta frase, Eduardo Mallea quedó estampado en la primera página de "El cielo protector" de Paul Bowles. Nuestro propio recuerdo, me parece, nos ayuda a saber que somos hondamente incoherentes (tan hondos como absurdos), que transitamos infinitos devaneos intelectuales para justificar conductas de lo más impulsivas (y tan propias), que nos desdecimos, que creemos lo que creemos, deseamos porque amamos y descreemos a los tres minutos. Y que lo sabemos. Sabemos que sentimos una cosa y al instante siguiente, sentiremos una que se le parece poco a la anterior.
¿Se podrá vivir con una sola convicción compacta de por vida? ¿O un solo y unívoco sentimiento y una sola y única aspiración que tiene una forma de lados bien cerraditos? ¿O sabiendo que siempre se cumplirán nuestras predicciones, para los actos propios y los ajenos?
Todo esto para decir que no nos hacen falta los "¿viste? yo te dije que te iba a pasar eso". No sólo no nos hace falta esa típica frase del regodeo del que exhibe su razón sobre nuestra propia vida, sino que sabemos a ciencia cierta que semejante burla habla más del que pronuncia el desdichado "¿viste?" que del infinito imperfecto que somos.
Borges decía que mejor esforzarse por ser feliz en lugar de tener razón. Es un concepto que a mí me guía hace un buen tiempo, aunque lo practique sólo a veces y me entrevere en cientos de disputas por la estúpida razón. Todos somos sinrazón, me consuelo. Eso sí, al cabo lo pienso y repito el mantra: mejor ser feliz que tener razón.
¿A quién le ganamos teniendo razón?, suelo preguntarme frente a los "¿Viste? Vos creías tal cosa y yo te dije que iba a ser otra". Qué pobreza de satisfacción la satisfacción del tener razón frente a la desdicha del otro. Ese otro pobre que siempre ha contado con que no se cumplan sus expresiones de deseos, con no tener razón, encima tiene que soportar el exhibicionismo de verdades (en balde)...
Cuando se baja la bandera a cuadros de la competencia de razones, de largada, ya hay un ganador seguro: "Tomá, te doy el trofeo de tener razón. ¿Estás contento?". Yo me quedo con la saludable imperfección y la pasión vital, me cueste lo que me cueste.
Merci beaucoup.
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