"Karma policia... arreste a esta chica pues su peinado... es lo que tenés, esto es lo que hay, es lo que tenés, mezclándote acá con nosotros. Policía militar. Dí todo lo que pude, no es suficiente. Seguimos estando en la lista de espera", rezonga Palo Pandolfo y no me importa si cambia la letra de la genial Karma Police, de Radiohead.
Karma police es uno de los temas de mi vida, uno de esos que me emociona todas las veces que lo escucho. Por supuesto, lo escuché mil veces en la voz de Thom Yorke... lejos, cerca, lejos de Argentina, en Berlín, de nuevo en Córdoba, en Madrid... y, luego, es cierto que sonreí la primera vez que escuché a Palo cantando "policia", sin acento en la "i", para que le dé la métrica (un sistema de acentuación muy de la "progresiva" argenta, por otra parte; muy acorde a mis propias notas adolescentes, por otra parte).
Tengo que admitir, sin embargo, que luego de la sonrisa burlona, un segundo después, me perdí en el desgarro de Palo, con él. Y ahora, ahora que ese desquicio de país, el mío, me vuelve a arder en la boca del estómago, vuelvo a Palo y ruego "karma policia", y se me hacen lágrimas todas las imágenes de la violencia de mi vida allí, todas, del '69 al '76, al '89, al 2001, al 2004, al 2006, al 2007 y las de las noticias por internet, de muchos años océano aparte...
Decía el maestro Philip Roth días atrás en una entrevista: "Siempre sabes odiar mejor tu propio país que otros. Así que cuando los antiamericanos empiezan con sus cuentos, me gusta mandarles callar. Odian mi país de forma estúpida, nosotros sabemos odiarlo de manera más inteligente. Tu propio país te puede volver loco, como tu familia, como tu mujer, pero... lo quieres y lo odias al tiempo".