Cómo me gusta Beat Takeshi. Me gusta cuando no puede contener su tic del ojo ni para interpretar a su doble. Me gusta hasta el defecto con el que camina, porque en ese tranco ancho que disimula alguna rigidez está toda su tragedia y todo su inmenso humor. Me gusta cuando filma, porque siempre me sorprende. Me gusta cuando actúa y cuando se sonríe, porque se sigue riendo como aquel chico irreverente de la tele. Me gusta cuando sueña e interpreta mis propios sueños (he descubierto que nos persiguen las mismas paranoias oníricas). Takeshis' o Kitano-está-totalmente-loco es su "Ocho y medio", han dicho por aquí. Es Lynch más japonés y con menos metraje.
Genial y desmesurado, en Takeshis', Beat Takeshi se mofa de su condición de súperestrella incuestionable, caprichosa y beligerante. A la estrella del cine de acción ya le quedan pocas luces pero su marca de fábrica sigue siendo el desprecio. A Takeshi director ni siquiera le preocupa poner otro nombre propio a su prota: el actor insufrible se llama Takeshi Kitano. Y el loser, su reverso, el despreciado, también se llama Takeshi Kitano. Takeshi quiere matar, como Takeshi, quiere matar como Takeshi en las pelis.
Mientras salpicaba la sangre a borbotones desde la pantalla, recordé algo que leí hace un tiempo sobre las nuevas generaciones de la Camorra: al parecer, según cuentan en Italia, desde hace un tiempo, "por culpa" de Tarantino, los chicos de la Camorra matan mal, con la pistola inclinada, y siempre tienen que rematar.
Las víctimas del cine.
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