Yo lo había escuchado frasear tan suave como cuando tocaba la trompeta. Esa voz en la última nota sostenida no era aire vibrando: eran labios rozándote la piel hasta el éxtasis del deseo. Yo lo había escuchado tocar la trompeta y era como si vieses una palmera meciéndose en Santa Mónica, con el aire más leve que alguna vez habrá traído el Pacífico. Era un chico del jazz de la costa Oeste. Pero yo no lo sabía. Yo sólo tenía un par de discos suyos y sabía que era blanco y que había muerto más pobre que Van Gogh, en Amsterdam. Había retenido, claro, algunos estribillos (y casi todos terminaban en fall in love, o en let's get lost y en más amor y en más dolor). Eso era todo lo que había de Chet Baker dentro mío cuando compré el póster del Chet irresistible de los '50 en una tienda de todo a 5 dólares del Hollywood Boulevard en Los Ángeles. Llevé a Chet en ese pedazo de papel a la Argentina y me lo traje a España. Ahora es lo primero que ves cuando entras a mi casa; él tiene los ojos cerrados y sopla la trompeta alzándola al cielo pre-diamantes y te puedes imaginar cómo suena, cada vez que abres la puerta.
Toda esta reflexión absurdamente nostálgica viene a cuento del documental que el fotógrafo Bruce Weber filmó unos meses antes de la muerte de Baker, en el '88, y que se vio, remasterizado, en Cannes, el año pasado. Nada nostálgico, menos concesivo, bello de una belleza compleja y artística, donde no cabe la unanimidad, Let's get lost es, como dijo alguien, un ensayo sobre la fotogenia. Y en el reverso de la postal... el hedonista, el mentiroso, de nuevo el hermoso, el chico al que los padres alistaron de prepo en el Ejército de los pobres (el de los electroshocks para los raros), el que después de tocar con Davis y Mulligan tuvo que ir a trabajar a una gasolinera con todos los dientes rotos a trompadas, el que nos sigue enamorando...
Sí, un ensayo sobre la fotogenia, pero con un pie en el abismo de la pasión (y sin red que evite que te estrelles contra la miseria). Y sin red que evite que, de ahora en más, pienses en todo lo que hay detrás de esa voz tan suave diciendo "love" o diciendo "pain".
en mi cielo, clarice y su libertad. ella escribe. una mujer que nació en la vieja europa, al este del este, y vivió en copacabana. amado brasil amado, el suyo. ajenidad y pertenencia. la suya, la nuestra. excesiva. sedienta, como lori, su personaje. mirada extraña. la condición de la mirada.
lunes, octubre 12, 2009
sábado, octubre 03, 2009
jarmusch en madrid, un nuevo skyline
Spinetta sonando mal en unos parlantes endemoniados, y sonando sin parar, un bucle insomne... ojalá Lester Young, digo ahora. Una noche interminable y un amanecer breve (y Spinetta sigue sonando, más psicodélico e infinito que nunca): es la primera vez que me despierto metida en este skyline... Estoy en una ciudad que no es la mía, pero sí.
Madrid huele diferente desde cada punto cardinal. Aquí en el este es más húmeda, y más fresca, huele a setos, a lambertianas de Arturo Soria. Me arde la cara y me duelen los recatos.
Pronto bajaré al metro en Cartagena, justo en la estación donde Jim Jarmusch puso la cámara. No había imaginado encuadres más hipnóticos que los de Jarmusch en las Torres Blancas de Madrid. "Si te crees grande, ve al cementerio. El mundo es sólo un palmo de tierra", repite Jarmusch.
Madrid huele diferente desde cada punto cardinal. Aquí en el este es más húmeda, y más fresca, huele a setos, a lambertianas de Arturo Soria. Me arde la cara y me duelen los recatos.
Pronto bajaré al metro en Cartagena, justo en la estación donde Jim Jarmusch puso la cámara. No había imaginado encuadres más hipnóticos que los de Jarmusch en las Torres Blancas de Madrid. "Si te crees grande, ve al cementerio. El mundo es sólo un palmo de tierra", repite Jarmusch.
Desolador bosque danés (a propósito de Antichristo, la última de Lars Von Trier)
Pongo Telemann y me siento a escribir con la película de Lars Von Trier sobre la piel, con el sudor de la adrenalina en los pies, con los músculos en tensión, todos, los maxilares aherrojados (una palabra que tomo de Glauce Baldovín)… Escucho Telemann porque el alemán era un buen amigo de Haendel, y Haendel fue quien musicalizó el bosque infernal del director danés, en Antichristo. Pongo Telemann porque cada nota de su clave me ayuda a retener las sensaciones de esa naturaleza artificiosa y estremecedora, como la de los cuadros de El Bosco.
La película pasó por Cannes levantando polvareda. Llegó a España y caldeó aun más los ánimos. El crítico por antonomasia de este país, Carlos Boyero, habló de internar a Von Trier en un frenopático. Otro crítico del mismo periódico de Boyero --es decir, El País-- le contestó y fue tan lejos como para decir (algo así como) que justamente ese pulso artístico provocador es el único camino posible a la excelencia.
Imposible no tener incluso nervios ya en el momento de pagar la entrada para entrar a participar de esa orgía de violencia puertas adentro de una pareja, máxime teniendo en cuenta de que el propio Von Trier se defendió de los palos confesando que la peli fue para él terapéutica, que sacó sus demonios, que él no filma para nadie más que para sí mismo, que este rodaje lo ayudó a volver a vivir cada día después de una depresión monstruosa.
El argumento, en una línea: la pareja en cuestión (impresionantes Willem Dafoe y Charlotte Gainsbourg) pierde a su bebé en un accidente doméstico, que ocurre mientras ellos follan en todas las posiciones posibles.
Metáfora del amor y el desamor, danza de los rencores y las culpas inmensas, la última película de Lars Von Trier deja al espectador extasiado frente a la belleza que uno imagina en el averno del Dante o, mejor dicho, la infernal belleza que uno ha visto en óleos maestros sobre la obra de Dante.
¿Cómo no creerle al danés delirante que en esta peli vuelve sobre sus pasos estilísticos hasta “Los idiotas”? ¿Cómo no creer que una pareja, cualquier pareja, miles de parejas. pueden llegar a esos abismos de locura, y caerse?Por momentos francamente sensato, Von Trier nos lleva de la mano a presenciar una terapia conductista para disolver el pánico. Nos relajamos con el profesional, porque parece tener el control, porque nos han enseñado a confiar en los profesionales, a dejar nuestra salud a su buen criterio. Pero Von Trier no está dispuesto a aceptar aquellos dogmas y pone en duda el viejo poder de los sanadores. Entonces, las herramientas del psicólogo escasean frente a los monstruos que hay en las tripas de la madre, amante y bruja milenaria, heredera de los maleficios de toda la historia de la persecución femenina.
Y la misoginia no es la de Lars Von Trier. La misoginia es la que nos rodea. Él pone sus pesadillas a revelar, pero sabemos bien de qué habla: sobre todo, las mujeres sabemos bien de qué habla, cuando habla en sueños, aun los de las más noches más perturbadoras.
El director danés dedicó esta película a Andréi Tarkovski, y con él homenajeó también a su colaborador Ingmar Bergman, aunque algunos pensamos en el más desolado Pasolini, el de Saló.
La película pasó por Cannes levantando polvareda. Llegó a España y caldeó aun más los ánimos. El crítico por antonomasia de este país, Carlos Boyero, habló de internar a Von Trier en un frenopático. Otro crítico del mismo periódico de Boyero --es decir, El País-- le contestó y fue tan lejos como para decir (algo así como) que justamente ese pulso artístico provocador es el único camino posible a la excelencia.
Imposible no tener incluso nervios ya en el momento de pagar la entrada para entrar a participar de esa orgía de violencia puertas adentro de una pareja, máxime teniendo en cuenta de que el propio Von Trier se defendió de los palos confesando que la peli fue para él terapéutica, que sacó sus demonios, que él no filma para nadie más que para sí mismo, que este rodaje lo ayudó a volver a vivir cada día después de una depresión monstruosa.
El argumento, en una línea: la pareja en cuestión (impresionantes Willem Dafoe y Charlotte Gainsbourg) pierde a su bebé en un accidente doméstico, que ocurre mientras ellos follan en todas las posiciones posibles.
Metáfora del amor y el desamor, danza de los rencores y las culpas inmensas, la última película de Lars Von Trier deja al espectador extasiado frente a la belleza que uno imagina en el averno del Dante o, mejor dicho, la infernal belleza que uno ha visto en óleos maestros sobre la obra de Dante.
¿Cómo no creerle al danés delirante que en esta peli vuelve sobre sus pasos estilísticos hasta “Los idiotas”? ¿Cómo no creer que una pareja, cualquier pareja, miles de parejas. pueden llegar a esos abismos de locura, y caerse?Por momentos francamente sensato, Von Trier nos lleva de la mano a presenciar una terapia conductista para disolver el pánico. Nos relajamos con el profesional, porque parece tener el control, porque nos han enseñado a confiar en los profesionales, a dejar nuestra salud a su buen criterio. Pero Von Trier no está dispuesto a aceptar aquellos dogmas y pone en duda el viejo poder de los sanadores. Entonces, las herramientas del psicólogo escasean frente a los monstruos que hay en las tripas de la madre, amante y bruja milenaria, heredera de los maleficios de toda la historia de la persecución femenina.
Y la misoginia no es la de Lars Von Trier. La misoginia es la que nos rodea. Él pone sus pesadillas a revelar, pero sabemos bien de qué habla: sobre todo, las mujeres sabemos bien de qué habla, cuando habla en sueños, aun los de las más noches más perturbadoras.
El director danés dedicó esta película a Andréi Tarkovski, y con él homenajeó también a su colaborador Ingmar Bergman, aunque algunos pensamos en el más desolado Pasolini, el de Saló.
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