Mientras mi amiga del otro lado del mundo va a comprar croissants para almorzar como a las 4, yo vengo de leer a Juan Villoro en el parque. Pica la hierba pinchosa, pero me las aguanto. Anochecer en el parque de la ciudad... llega a mi cabeza la voz de aquel Aquelarre setentista. Mujer del crepúsculo. Villoro sobre el césped. Buenos Aires, Madrid, México D.F., Ámsterdam. Y Madrid con este viento que parece Comodoro Rivadavia. Y Ámsterdam, la de Villoro y la mía, que no termina de cuajar, aunque de camino a casa pase por el Café Van Gogh.
Escribe Villoro, en la primera página de la nouvelle sobre el fin del amor y su proceso narrativo (que ahora mismo me voy a terminar en la cama): "A la distancia, le gustaba suponer que él hizo todo para fracasar rápido, como si anticipara futuros daños con un sagaz instinto". Eso hacía ella. Y él, él "evocaba a una mujer que sólo en parte existió con él, la perfeccionaba en su imaginación para hacerse el mayor daño posible".
Buenas noches.