viernes, agosto 20, 2010

algún dios


Como el abanico, esto no tiene respuesta.
-¿Qué vas a hacer con esto? -me dice Cher en su francés wolofizado, señalando las varillas del abanico que ya no están pegadas a la tela y, por lo tanto, cuando el abanico está desplegado dejan huecos a la vista.
-Nada -le contesto y él sigue abanicándome una brisa de vapores de la sabana.

La noche sobre el Niokolo Coba es un vaivén de sudores y apenas dos gotas del aire de mi abanico roto, en sus manos inmensas. Compartimos el aire, en silencio. Miro la boca africana de Cher y admiro los matices del negro entre las sombras y su piel. "Mis condolencias", acaba de repetirme casi en secreto, después de mis confesiones, después de mis pérdidas.

Parece que hay un mundo en el que todo debe arreglarse, cauterizarse, repararse y otro, éste, en el que todo lo roto, lo gastado, lo pasado de moda y lo ya llorado se tira, sin más. O se mantiene, pero al margen.
Es el margen o esto.
Los márgenes o la obscenidad.

Hoy he vuelto a pensar en la fe de Cher, que ahora mismo ayuna por el Ramadán, que no puede entender que yo no tenga Dios, que quiere darme una religión, por pura caridad, por puro amor. Cher, el que dice "La foret fou" con voz grave y gesto inocente y se ríe, se ríe (el que se acaba de enterar que "loco", en castellano, quiere decir "fou" y juega con el nombre del parque: "Niokolo LOCO Coba").

Hoy, que he conocido a Hicham, he vuelto a pensar en la fe de Cher. Hicham también es africano, un africano del Magreb, blanco y ateo. Y marxista. Hablamos de "Persépolis" y de las dictaduras. De la represión y nuestra experiencia: da lo mismo qué traje use, si el de ayatollah o el de fraile.

"Inxalá", le digo a Hicham, a pesar de que él elude nombrar al Dios de los suyos como los suyos lo nombran, como fórmula para casi todo.
"Inxalá", insisto.
Y no me contesta.