miércoles, julio 30, 2008

blau saragossa

estaré unos días bajo la influencia de saragossa, así, con muchas eses, que es como Zaragoza se escribe en catalán y como pronunciamos la palabra los argentinos.
me imagino a la ciudad en blau saragossa (azul Zaragoza) como el de esta líquida instalación francesa que fotografié en la gran feria de vanidades y sorpresas.
también la veo en su destello del mediodía, calurosa, y dejando, por pura piedad, que los personajes hipnóticos del cirque du soleil se cuelen en un pedazo de realidad esteparia y hagan magia con esta luz, tanta luz casi dañina.
la pienso en una sábana empapada y una estrella que veo al revés, mirando por la ventana del nocturno aragonés, sudando y riendo y besando.
la intuyo en una brisa que cruza el andén de la estación, cuando estoy a punto de tomar el tren del retorno a la vida sin circos de soles ni de aguas. es una brisa que se esfuma en un súbito deleite, interior.
interior, como saragossa.

viernes, julio 25, 2008

miércoles, julio 16, 2008

reíste con kerouac

la permanente verdad de la impermanencia. hace un calor tremendo en el vagón, pero no quiero bajarme. sé que tendré que hacerlo, y despedirme para siempre de esa sonrisa frente a kerouac. y tengo ganas de decírtelo: me encanta verte reír cuando llegás a alguna frase ocurrente de kerouac, pero no te lo digo. sólo te miro. intento imaginar lo que podrá estar diciendo kerouac para hacerte reír. y de tanto intentar imaginar te atravieso y te saco de la página, levantás la vista y no entendés. estás en kerouac, ni en tribunal, ni en gran vía, ni conmigo. ¿y si nunca más? ¿por qué no te dije que me gustabas riendo con kerouac y que me alegraste el viaje desde atocha?

sábado, julio 12, 2008

tribute

Conocí a Juan José Saer hace como diez años, una noche, en la Ciudad Universitaria, en Córdoba; yo iba de periodista invitada a una cena cultural. No había leído nada suyo, pero me pareció un tipo más que interesante, humano. Él vivió en París sus últimos treinta y muchos años de vida y obra, y murió en Paris, pero siempre fue muy santafesino. Aquella noche, me prometí leerlo y empecé pronto con Nadie nada nunca, que no me conmovió. Sin embargo, El entenado me está emocionando de un modo que no esperaba. Leo en la primera página: "La orfandad me empujó a los puertos" y tengo ganas de volver a cenar con Saer y hablar de la orfandad y de los puertos. Y de la memoria de aquel lugar con "abundancia de cielo" que, sin embargo, nos dejó medio apaleados a los dos.
Los dos de este lado del océano, imaginando ese "azul dilatado" del cielo sobre la pampa.
Pensaba, entonces, en la cantidad de estrellas "casi chisporroteantes" de un cielo "acribillado", en la inmensidad y la noche llana, y me asaltó de nuevo la orfandad: la imagen nítida de las luces de un campo de concentración al pie de las sierras, la noche y la maldita "Perla". Agradecí a este cielo español el que exista Mercedes -la antropóloga que con su dulzura me ha hecho sentir menos huérfana-, y volví a este texto escrito unas semanas atrás:
Una gota de memoria en papel secante. Hace unos días, en la Feria del Libro de Madrid, firmaba libros el juez Baltasar Garzón. Me acerqué instintivamente y esperé a que se quedara unos segundos solo para decirle “gracias” por haber estado en La Perla, por contribuir a dar a conocer lo que sucedió en esos lugares endemoniados, perversos, tan “familiares” para los cordobeses y tan desconocidos para el resto del mundo. Me dio la mano y creo que él también agradeció que yo me hubiera acercado a comentarle que ahí tuve a gente querida. Sufrí desde la ruta 20, de lejos. Pero él entró. La verdad, no sé si mi tío, mi querido tío Quique, mi hermano mayor, estuvo o no en La Perla. Quizá estuvo en otro campo de concentración, quizá en el Campo de la Rivera, quizá en el fondo del dique San Roque. Desde que lo secuestraron, en Colón y La Cañada, en mayo del 76, no supimos nada, nunca, nada. Cuando desapareció, él tenía 25 y yo, 13; los dos estudiamos Ciencias de la Información; yo soy periodista, él no llegó a serlo. Hoy, con 45, he ido a pincharme el dedo a la Embajada Argentina en Madrid, a dejar mis gotas de sangre en papel secante para que el Equipo de Antropología Forense indague en mi ADN y en los de los huesos de los 600 cadáveres que ya han encontrado malenterrados y que aún no tienen nombre ni deudos, o en los miles de cuerpos de desaparecidos que estos pacientes científicos esperan todavía encontrar en las fosas comunes de la dictadura. Sepulturas clandestinas de los cuerpos de esas miles de almas unidas por un hilo de esperanza (o mejor dicho, de afán de memoria y justicia) a los que dejamos nuestra gota de sangre formando figuras abstractas sobre un papel con un número, una huella digital y un teléfono. Estemos donde estemos, habrá memoria (texto publicado originalmente en el diario La Voz del Interior, Argentina, edición 18/06/08).


...
En la foto, Quique, mi hermano y yo (circa 1974), en una cochera de barrio Matienzo, presumiendo de Citroen prestado.


miércoles, julio 02, 2008

málaga, esa mujer corriente


"¿Hallará en su corazón el ánimo suficiente para amar a esa mujer sencilla, normal y corriente? ¿La amará lo suficiente para escribir música para ella? Si no pudiera, ¿qué le quedaría?". En "Desgracia", J.M. Coetzee pregunta si el erudito David, ya cincuentón pero cultor de la belleza en cuerpos jóvenes, será capaz de escribir una ópera para Teresa, la amante de Lord Byron, cuando los años hayan pasado para ella. "Desgracia" es una novela exquisita, una oda a la renuncia, a los nuevos comienzos, a las vueltas de página, aunque las divinidades no permitan jamás que las viejas llamas se extingan... aunque sigamos adorando al fuego para que no se apague nunca. Termino de leer al maestro Coetzee sobre la arena: cuán incomprensible se le ha vuelto su Sudáfrica de forastero, esta manera de redistribución violenta que se ha impuesto para siempre entre los pobres y sus vecinos. Me siento tan forastera como David, su personaje, pero sin tristeza (tampoco en esta playa hay silencio para la tristeza).
Veo el trajinar desde fuera, como lo ven los vendedores ambulantes marroquíes o el camarero sanjuanino (como nunca lo ven los amantes apasionados, tan metidos en su voluptuoso instante). Adivino una hoguera de necesidades enmascarada de abalorios. Gritos y piercings. Dorados y fucsias funden a amarillo sol andaluz.
Bajo sin aviso previo, chasquean los dedos frente al forastero, la veo, sonrío: ella es un delfín en el mar, disfrutando de cada zambullida. La amo concentrada en sus flamantes gestos preadolescentes. En ella, sin embargo, sigo viendo a la niñita de tres años exclamando "¡qué riazón!" al ver el océano, frente a la costa de Rocha, en Uruguay. Entonces, tenía tres años y era la segunda vez en su vida que veía el mar: ya se había olvidado de la primera, de tan inconsciente. Otra página.